El 28 de junio de 2021, una cápsula de —diseño soviético—una suerte de “cápsula de la era de los pioneros” se desprendió del cosmódromo de Baikonur con rumbo a la órbita polar. A bordo iban 75 ratones macho, 1 500 moscas de la fruta y una pequeña “bodega” de cultivos celulares y semillas. La idea era clara: poner a prueba cómo reaccionan organismos vivos a los duros entornos del espacio y, de paso, buscar contramedidas contra la radiación.
Un viaje de 30 días bajo el manto polar
Durante un mes la nave dio la vuelta a la Tierra de polo a polo, exponiendo a sus pasajeros a niveles de radiación cósmica que superan en un 33 % a los que recibe la Estación Espacial Internacional. Esa exposición, aunque peligrosa, era precisamente lo que los científicos necesitaban para medir el daño biológico y evaluar blindajes o fármacos protectores que, en un futuro, podrían servir tanto en órbita terrestre como en misiones a la Luna o a Marte.
Los ratones: grupos experimentales y resultados
Los roedores se repartieron en tres grupos: unos modificados genéticamente, otros tratados con un medicamento experimental y un grupo de control sin alteraciones. El objetivo era cuantificar el daño de la radiación y comprobar si las contramedidas funcionaban.
Al final del vuelo, 65 ratones regresaron con vida; los 10 que no lo lograron murieron por causas “complejas” y “conflictos intragrupales”, según explicó el director del Instituto de Problemas Biomédicos, Oleg Orlov. No fue la tragedia de Laika, pero sí una lección: la mortalidad ahora es mucho menor que en la primera Bion‑M (2013), cuando 29 de 45 ratones fallecieron por fallos en los sistemas de soporte vital.
Las moscas de la fruta: una generación de laboratorio
A diferencia de los ratones, las 1 500 moscas de la fruta formaban parte de un experimento multigeneracional. La Academia de Ciencias de Rusia las describió como la “séptima generación” de una cepa que se originó en la Estación Espacial Internacional. Durante la misión nacieron la novena y la décima generación, y el plan es que, tras unas cuantas generaciones en la Tierra, sus descendientes vuelvan a la ISS, creando una línea de insectos que nunca ha sentido la gravedad terrestre “normal”.
Un regreso que no fue nada tranquilo
La cápsula, heredera de las Vostok que llevaron a Yuri Gagarin al espacio, no cuenta con sistemas de amortiguación para la reentrada. El aterrizaje fue, por decirlo de algún modo, “un tanto agresivo”. Al tocar tierra en la estepa de Oremburgo se desató un pequeño incendio, no por el impacto sino por los retrocohetes de combustible que se encendieron en las líneas de los paracaídas. Afortunadamente, el fuego quedó bajo control rápidamente.
Lecciones y futuro
Los 65 ratones supervivientes y sus compañeros de viaje interestelar son ahora una mina de oro para los investigadores. Los datos biológicos que han traído de vuelta ayudarán a diseñar misiones más seguras, a perfeccionar blindajes y a probar nuevos fármacos radioprotectores. En otras palabras, cada pequeño pelaje y cada aleteo de mosca cuentan una historia que nos acerca un paso más a la conquista del espacio profundo.
Con la Bion‑M N° 2, Rusia ha demostrado que, aunque la ciencia a veces se parezca a lanzar una “cápsula de la suerte” al vacío, los resultados pueden llegar a buen puerto—siempre que se aprendan de los tropiezos— y se siga tirando la casa por la ventana en busca de nuevos horizontes.