En los pasillos de cualquier gran supermercado, los envases parecen estar en coro: “¡Alto en proteínas!”. Batidos en polvo, yogures fortificados, panes y hasta salsas compiten por captar nuestra atención. Hace poco, la consigna era sencilla: sustituir la carne roja por pollo o pescado. Hoy, la proteína ha pasado de ser solo un dato nutricional a convertirse en un símbolo cultural, en una aspiración casi ética. Mientras el mercado se llena de promesas, la ciencia empieza a desmenuzar otro aspecto crucial: ¿qué tan importantes son realmente esas proteínas, cómo se procesan y qué coste le ponen al planeta?
Comer “por el planeta”
Una investigación publicada en Science Advances reunió 37 estudios que abarcan a más de 3,2 millones de personas. El veredicto, aunque con matices, es contundente: cuanto más se asemeje tu plato a la Dieta de Salud Planetaria (Planetary Health Diet, PHD), menor será tu riesgo de morir por cualquier causa y, al mismo tiempo, reducirás la huella climática de tu alimentación.
¿En qué consistió el estudio?
Los autores combinaron datos de dos cohortes gigantes: la NHANES de EE. UU. (42 947 adultos) y la UK Biobank del Reino Unido (125 372 participantes). A estos datos les sumaron un metaanálisis cuyo objetivo era medir la adherencia a la PHD y su influencia tanto en la salud como en el impacto ambiental de la dieta.
La Planetary Health Diet: origen y objetivo
Propuesta en 2019 por la Comisión EAT‑Lancet, la PHD no es una dieta vegetariana estricta. Busca equilibrar la salud humana con la sostenibilidad del planeta, basándose en una alimentación mayormente vegetal. En otras palabras: una dieta pensada para que la gente viva mejor y el planeta pueda seguir alimentándonos.
Principales hallazgos
- EE. UU.: quienes siguieron la PHD presentaron un 23 % menos de riesgo de mortalidad total.
- Reino Unido: la reducción fue del 16 %, con menos muertes por cáncer y enfermedades respiratorias.
El metaanálisis apuntó a una disminución global del 21 % en la mortalidad por cualquier causa (cardiovascular, diabetes, cáncer de colon y pulmón). Además, los investigadores estimaron las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas a cada dieta y encontraron un patrón claro: a mayor alejamiento de la PHD, mayor huella climática. Los principales culpables fueron la carne roja y los lácteos.
¿Por qué importa?
El estudio tiene un doble atractivo. Por un lado, confirma con datos observacionales robustos que seguir la PHD se traduce en una vida más larga y con menos enfermedades graves. Por otro, muestra que el mismo patrón reduce la huella de carbono de la dieta diaria, una combinación difícil de ignorar en plena crisis climática.
Los autores, sin embargo, advierten: al ser un estudio observacional, no establece causalidad directa. No se puede afirmar que “comer de esta forma cause” una vida más larga, pero la consistencia de los resultados en millones de personas le otorga un peso poco habitual en nutrición.
Evidencias que refuerzan la tendencia
Otras investigaciones ya señalaban el mismo camino: desplazar la proteína animal por la vegetal aporta beneficios tanto a la salud como al planeta. En Xataka, por ejemplo, se recordaba que el consejo de sustituir carne roja por pollo o pescado estaba cambiando de tono.
Un estudio del American Journal of Clinical Nutrition mostró que las mujeres con dietas ricas en proteína vegetal envejecen de forma más saludable. Por su parte, el American Gut Project encontró que quienes consumen hasta 30 plantas distintas a la semana poseen un microbioma intestinal mucho más diverso. En resumen, tanto la longevidad como la salud intestinal se benefician de patrones alimentarios basados en plantas, respaldando lo que ahora confirma el metaanálisis de Science Advances.
No todo es blanco o negro
La proteína animal sigue aportando aminoácidos esenciales de alta calidad. La dietista deportiva Marie Spano, citada por Men’s Health, advierte que quienes siguen dietas 100 % vegetales deben asegurarse de cubrir su ingesta total de proteína y combinar distintos grupos alimenticios. Además, el grado de procesado importa: como explicaba la epidemióloga Filippa Juul al New York Times, los ultraprocesados “disfrazados de saludables” – batidos, lasañas vegetales listas para calentar – no ofrecen los mismos beneficios que los alimentos mínimamente procesados.
La dieta mediterránea, un espejo cercano
El debate no es exclusivo de los anglosajones. Un estudio español con la cohorte ENRICA (11 488 personas, 14,4 años de seguimiento) mostró que tanto la PHD como la dieta mediterránea tradicional brindan beneficios similares. La mortalidad se redujo un 22 % entre los seguidores de la PHD y un 21 % entre los adherentes a la mediterránea.
En cuanto al impacto ambiental, las diferencias fueron mínimas: 4,15 kg de CO₂ al día para la PHD frente a 4,36 kg para la mediterránea. En otras palabras, ambas dietas parecen ofrecer un camino viable hacia una alimentación más saludable y sostenible.
La evidencia apunta a que una dieta mayormente basada en plantas no solo mejora nuestras probabilidades de vivir más y mejor, sino que también aligera la carga que imponemos al planeta. No se trata de eliminar por completo la proteína animal, sino de replantear su papel en nuestra mesa y, sobre todo, de elegir alimentos lo menos procesados posible. Así, cada comida se convierte en una pequeña pero poderosa decisión que beneficia tanto a nuestra salud como al futuro del planeta.