Ciudad de México - Mientras la mayoría de los mexicanos debaten diariamente entre mañaneras, programas sociales y discursos polarizantes, desde Europa se analiza silenciosamente lo que aquí pocos quieren ver: un país que ha convertido la democracia en espectáculo emocional y la lealtad política en religión civil. Este laboratorio tiene nombre: POPAMLO.
Financiado con casi 200 mil euros por la Unión Europea, el proyecto no pretende "ayudar" a México ni señalar culpables.
Su misión es más fría, casi quirúrgica: descifrar cómo Andrés Manuel López Obrador ha logrado transformar un sistema democrático en una dictadura de masas sin disparar un solo tiro, sin suspender la Constitución y con legitimidad electoral plena.
El proyecto estudia desde las campañas de 2006 hasta el primer año de su presidencia, analizando la maquinaria comunicativa que convirtió a un político en un dios moderno del espectáculo político: la moralización de la política ("somos los buenos"), la victimización constante ("nos atacan los poderosos"), y el ritual diario de las mañaneras, convertidas en catequesis mediática.
Lo que los europeos llaman "estrategia de populismo emocional", para muchos mexicanos es simplemente fanatismo político: un espacio donde el diálogo se destruyó, el disenso fue criminalizado y los opositores se volvieron traidores ante los ojos del pueblo.
El proyecto POPAMLO reconoce lo que aquí muchos sienten pero pocos nombran: la democracia mexicana está vacía por dentro.
Las instituciones existen, pero su contenido fue reemplazado por la moral del líder, y la ciudadanía quedó atrapada entre la adoración y la censura colectiva.
Lo que se vive no es simplemente populismo: es una dictadura sentimental, en la que quien discrepa no solo pierde el debate, sino la legitimidad social y moral ante la colectividad.
Desde Cork, Irlanda, los investigadores observan con mezcla de fascinación y alarma cómo se puede concentrar poder sin tocar la ley, cómo se puede erradicar el disenso con narrativa y emociones en lugar de represión directa.
México es, para ellos, un laboratorio vivo de autoritarismo consentido, un modelo que quieren entender antes de que aparezca en Europa bajo otro rostro.
Y mientras Europa toma notas, México sigue enredado en su propia catarsis política: un país donde la democracia ya no se negocia ni se discute; se adora o se destruye socialmente.
El experimento continúa, silencioso, pero devastador.
Porque al final del día, POPAMLO no solo estudia a México: estudia la manera en que el poder puede convertir al pueblo en su propia prisión.