¿Quién gana con el asesinato de Carlos Manzo?

Demis Alan Santana
Demis Alan Santana | Contra la máquina
Nov 01, 2025

En México ya no se asesina por poder. Se asesina por silencio.

La noche en que Carlos Alberto Manzo Rodríguez cayó herido en la plaza central de Uruapan, las velas del Día de Muertos se apagaron con pólvora, y cobraron su muerte.

No fue un ataque del narco, fue el resultado de un sistema donde la verdad cuesta la vida y la lealtad se mide por el miedo.

Manzo era un alcalde incómodo porque era honesto.

No era del sistema, no obedecía a partido, ni debía favores a las mafias políticas.

Ganó como independiente, y esa independencia la ejerció hasta el final.

Denunció matones extranjeros en Michoacán, habló de carteles con armas guerra, pero su principal pecado; señalar la complicidad del Gobierno con el crimen organizado.

Su error, confiar en que podían protegerlo cuando recibió amenazas.

Y sí lo escucharon. Lo escuchó todo México.

Pero también lo escucharon quienes viven y comen caviar del silencio.

Porque el narco, al final, no necesita matar a un alcalde que no le estorba en su negocio; el narco sobrevive con o sin él.

Quien gana cuando cae una voz crítica es el poder político.

Nadie gana con su muerte más que el Gobierno.

En Michoacán, la violencia no es un accidente: es un lenguaje.

Cada asesinato selectivo traduce un mensaje. Y el mensaje de Uruapan es brutal: "Hablar tiene precio."

Manzo representó lo que el sistema no tolera: un funcionario que no debía nada a nadie, que denunció lo que debía denunciar y que no entendió a tiempo que la verdad en México no se grita, se susurra si se quiere sobrevivir.

Su muerte no fue un hecho aislado, fue una ejecución con eco nacional, y un mensaje; que lo pusieron de ejemplo.

Carlos Manzo es un recordatorio de que en este país la impunidad es el gobierno invisible y que la línea entre Estado y crimen se ha vuelto tan delgada que ya no se distingue quién es quién.

El asesinato del alcalde de Uruapan no sólo mata a un hombre; mata el intento de dignidad en la política local.

Y mientras el poder silencia todo, las velas que alguna vez iluminaron el festival de los muertos ahora alumbran la tumba de un país donde decir la verdad sigue siendo un acto de resistencia.

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