El orgullo de ser defendido…

Edy Pintor
Edy Pintor | Edytoriales
Oct 14, 2025

Debe ser un orgullo inmenso -una sensación difícil de describir para un mexicano lacerado y afectado por la delincuencia y el gobierno-, saber que tu presidente te defiende. Que vela por ti, por tu familia, por tu trabajo, por tu nación. Que cuando alguien intenta abusar de tu país, él se levanta, se planta y dice: "Aquí no. Con los americanos no se juega."
Eso, para cualquier ciudadano del mundo, debe sentirse como un abrazo político. Un blindaje patriótico.

Donald Trump, con todo y su estilo rudo, su verbo tosco y su visión empresarial de la vida, ha vuelto a colocar sobre la mesa algo que muchos gobernantes del siglo XXI habían olvidado: el sentido de pertenencia hacia la patria. Esa fibra que une al gobernante con el pueblo más allá del discurso.
Porque no gobierna para caer bien, gobierna para que a su gente le vaya bien.

El caso TikTok es apenas un ejemplo de su estilo.
Trump no teme poner las reglas sobre la mesa: "¿Quieres operar en Estados Unidos? Perfecto, pero la mitad de lo que generes será para la nación americana. Si no te gusta, Dios te acompañe, buena suerte en otro país."

Así, simple, directo, sin dobleces.

No se trata de censura, se trata de soberanía económica.

Y así como defendió los intereses digitales de su nación, también defendió los industriales, los agrícolas y los laborales. Con los aranceles, con las presiones a China, con las renegociaciones comerciales, Trump logró que a Estados Unidos le entraran más de 100 mil millones de dólares adicionales. No fue suerte, fue estrategia. Fue un recordatorio al mundo de que Estados Unidos no está en venta, ni se arrodilla ante los abusos de las potencias emergentes.

Hoy, mientras muchos en la vieja política global aún lo subestiman, Trump está siendo ovacionado y reconocido internacionalmente por su participación fundamental en los nuevos acuerdos que buscan poner fin a la guerra bíblica entre Palestina e Israel, tras la reciente liberación de los últimos rehenes en Gaza, un hecho que ha devuelto un respiro de humanidad a una región rota por el odio.
Esa liberación -fruto de negociaciones en las que la diplomacia norteamericana, impulsada bajo su influencia y estilo de presión directa, jugó un papel decisivo- simboliza la defensa no sólo de Israel, sino del principio universal del derecho de los pueblos a vivir en paz.

En medio de un conflicto que parecía eterno, Trump ha conseguido algo que pocos creían posible: sentar en la misma mesa a enemigos históricos y abrir paso a una tregua que pone por delante la vida, la estabilidad y la reconstrucción.

Esa es la paradoja llamada Trump: el presidente que muchos calificaron de "divisor" está siendo hoy el arquitecto de la reconciliación histórica.

Mientras tanto en México...

Pues en México, el México de Andrés Manuel López Obrador tras el trono y su Morena, seguimos siendo el país de la fábrica de pobres, de los programas sociales eternos, de la dádiva con factura electoral. Seguimos atrapados en el espejismo de una justicia social que no emancipa, que sólo administra la pobreza para convertirla en votos.

Nos falta un liderazgo que defienda al pueblo como Trump defiende al suyo.

Nos falta un presidente que mire hacia abajo no para repartir despensas, sino para levantar al que produce, al que trabaja, al que arriesga, al que emprende.

Nos falta un mandatario con sentido de patria, no con obsesión de propaganda.

Ver a los americanos hoy -con su economía sólida, su identidad reforzada y su confianza en el futuro- debería servirnos de espejo.

Porque allá el presidente protege, aquí se protege el poder.

Allá se piensa en el retiro digno de los viejos, en la seguridad de los jóvenes, en la educación de los niños.

Aquí seguimos pensando en cómo sobrevivir hasta la siguiente elección.

Aunque ofenda los castos ojos de algunos "patriotas" que me leen, unos que ganan hartos millones de pesos del erario mexicano, pero que los gastan en dólares; unos que tienen a sus hijos estudiando en USA y viven en mansiones estadounidenses, enredados en la bandera mexicana y odiando a Trump, yo digo bien por Trump.

Bien por los americanos.

Ojalá -algún día- también nosotros los mexicanos sepamos lo que se siente tener un presidente que, sin titubear, te defienda, te cuide y te haga sentir orgullo de tu bandera.

Que nos sea leve...

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