El pasado sábado, a la madrugada, falleció Russell M. Nelson, presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, a la edad de 101 años. El anuncio lo hizo el propio organismo eclesiástico. Nelson murió pacíficamente en su hogar, en Salt Lake City, Utah.
Trayectoria y cargos
Excirujano cardiaco, Nelson ocupó durante cuatro décadas los puestos más altos de la Iglesia mormona después de ser seleccionado en 1984 para integrarse al órgano de gobierno principal, el Cuórum de los Doce Apóstoles. Su paso al liderazgo supremo se dio en enero de 2018, tras el fallecimiento de Thomas S. Monson, y en 2024 se convirtió en el primer presidente en alcanzar el centenario.
“Su época como profeta será recordada siempre como una era de ministerio global —visitó 32 países y territorios de los Estados Unidos—, de expansión de la construcción de templos — anunció 200 nuevos templos — y de cambios profundos”, rezó el comunicado oficial.
Cambios doctrinales y lingüísticos
En 2018, en su primer año al frente, Nelson sorprendió al instar a los miembros a abandonar las abreviaturas “Mormón” y “SUD” (por Santos de los Últimos Días) en favor del nombre completo de la religión. La medida buscó revertir una campaña anterior que había invertido millones en la promoción de esas siglas.
Al año siguiente, el presidente derogó normas que prohibían el bautismo de hijos de padres homosexuales y que catalogaban a las parejas del mismo sexo como pecadores sujetos a expulsión. Estas decisiones marcaron un giro drástico en la política interna de la Iglesia.
Aún no se ha anunciado oficialmente quién será el próximo presidente, aunque se espera que sea Dallin H. Oaks, según el protocolo de la Iglesia. Oaks, quien ocupa el puesto más longevo dentro del Cuórum de los Doce Apóstoles, elogió a Nelson diciendo:
“Todos los que hemos trabajado con Russell M. Nelson, y los muchos con quienes ha enseñado y colaborado, nos hemos maravillado de su extraordinaria modestia para un hombre de grandes logros”.
“Nos ha impresionado su amabilidad. Es la persona más amable y dulce con la que uno podría soñar, y siempre será recordado”, añadió.
Con su partida, la Iglesia pierde a una figura central que, a sus 101 años, dejó una huella imborrable tanto en la fe como en la comunidad global. —Un legado— que, sin duda, seguirá inspirando a generaciones futuras.
